viernes, 17 de abril de 2015

Todas las religiones tienen la tendencia de inculcar al hombre el
arrepentimiento y el acto de contrición, pero la equivocación de todas está en dar al hombre un plazo tan corto para arrepentirse.

No, no, hijos míos. El hombre no tiene un plazo para reconciliarse,
el hombre tiene una eternidad; el hombre ha sido, el hombre es, y el hombre será....
Y los mismos dardos y desengaños que va recibiendo en un sin
número de existencias, le van enseñando el camino de su propia
regeneración. Así es que, cuando el hombre, cansado ya de sufrir
el peso de sus culpas, que consciente inconscientemente pesa en su conciencia, dice “¡no puedo más!” entonces, sin que nadie le recrimine, sin que nadie le juzgue, sin que nadie le castigue, él sólo invoca su regeneración. Cuando un espíritu ha pasado por la Tierra lleno de adulaciones y placeres, al penetrar en el mundo de la verdad es tan grande su desengaño, que afluye el llanto a su alma, y éste es el Jordán de su regeneración.

Así me sucedió a mí después de haber malgastado tantas y tantas
existencias, después de haber empleado mal un talento, después
de haberme mofado, en fin, de todos aquellos seres que de buena
fe acudían a mí para que los empapara con el rocío de mi inteligencia. Y no me servían de otra cosa más que de desprecio y de burla aquellos tesoros intelectuales, que sólo se conceden a los hombres para que hagan un buen uso de ellos. Yo, en aquella existencia lo hice todo al revés. Ya en un buen número de encarnaciones, la poesía ha sido mi única compañera, y si de esa flor tan delicada hubiera hecho el uso que hice de ella en mi última existencia, no hubiera tenido que penetrar tantas y tantas veces en la morada de mi Padre.

Amalia Domingo Soler. Memorias de una mujer.

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